Hay en lo inoportuno una fuerza invisible que desbarata los planes y descorre los velos de lo previsto. Como un huésped inesperado que llama a la puerta en mitad de la noche, lo inoportuno irrumpe sin permiso, sin anunciarse, sin medir el daño o el asombro que deja tras de sí. Lo inoportuno es el instante que no debería ser, pero que es; el cruce de caminos donde los relojes se desajustan y el guion de lo que imaginábamos se rompe en mil fragmentos.
Podríamos maldecir su llegada, como quien reniega de la tormenta que arruina la cosecha, o del encuentro casual que deshace certezas largamente construidas. Pero lo inoportuno, si se mira con otros ojos, posee una magia secreta: la de recordarnos que el control es un espejismo, que la vida verdadera comienza allí donde los planes fallan y el tiempo se pliega sobre sí mismo. Lo inoportuno nos despoja de la comodidad de lo previsible y nos ofrece, en su lugar, el don de lo inesperado.
En lo inoportuno habita el germen de lo revelador. Porque el momento equivocado es, a menudo, el momento necesario: el que desnuda las máscaras, el que nos obliga a improvisar, el que nos confronta con lo que realmente somos. El amor que llega cuando hemos jurado no volver a amar. La palabra que se escapa en el silencio que intentábamos preservar. El tropiezo que nos hace mirar el suelo y descubrir en él la flor que nunca habíamos visto.
Hay una sabiduría escondida en lo inoportuno, una lección que solo se aprende cuando la oportunidad perfecta no llega, y en su lugar surge la grieta por la que se cuela la luz. Quizá, entonces, lo inoportuno no sea sino la manera en que el universo nos recuerda que la belleza está también —y sobre todo— en lo imperfecto, en lo que no coincide con nuestros deseos, en lo que llega a deshora para enseñarnos el valor del instante.
Así, lo inoportuno nos invita, si nos atrevemos, a la entrega: a soltar las riendas del tiempo y a dejarnos guiar por esa magia extraña que habita los desajustes. Porque lo inoportuno es, en el fondo, la oportunidad disfrazada; el eco de lo que no esperábamos, pero necesitábamos. La señal de que la vida, en su caótico esplendor, aún nos sorprende.